viernes, 12 de septiembre de 2014

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alguien desordena estas rosas

Como es domingo y ha dejado de llover, pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba. Rosas rojas y blancas, de las que ella cultiva para hacer altares y coronas. La mañana estuvo entristecida por este invierno taciturno y sobrecogedor que me ha puesto a recordar la colina donde la gente del pueblo abandona sus muertos. Es un sitio pelado, sin árboles, barrido apenas por las migajas providenciales que regresan después de que el viento ha pasado. Ahora que dejó de llover y que el sol de mediodía debe haber endurecido el jabón de la cuesta, podría llegar hasta el túmulo en cuyo fondo reposa mi cuerpo de niño, ahora confundido, desmenuzado entre caracoles y raíces.
Ella está prosternada frente a sus santos. Permanece abstraída desde cuando dejé de moverme en la habitación, después de haber fracasado en el primer intento de llegar hasta el altar para coger las rosas más encendidas y frescas. Tal vez hoy hubiera podido hacerlo; pero la lamparita pestañeó, y ella, recobrada del éxtasis, levantó la cabeza y miró hacia el rincón donde está la silla. Debió pensar: “Es otra vez el viento”, porque es verdad que algo crujió junto al altar y la habitación onduló un instante, como si hubiera sido removido el nivel de los recuerdos estancados en ella desde hace tanto tiempo. Entonces comprendí que debía aguardar una nueva ocasión para coger las rosas, porque ella continuaba despierta, mirando la silla, y habría podido sentir junto a su rostro el rumor de mis manos. Ahora debo esperar a que ella abandone la habitación, dentro de un momento, y vaya a la pieza vecina a dormir la siesta medida e invariable del domingo. Es posible que entonces pueda yo salir con las rosas para estar de regreso antes de que ella vuelva a esta habitación y se quede mirando la silla.

la siesta del martes

La mujer y la niña llevaban una bolsa con comida y unas flores; la niña se notaba triste y la mujer muy seria, llegaron a la casa cural buscando al sacerdote para que les dieran las llaves del cementerio. 

Querían llegar hasta la tumba de Carlos Centeno Ayala, el hijo de la mujer. 

En el pueblo Carlos C. Ayala era conocido como un ladrón y forastero.

El padre le pidió unos datos a la mujer y le entrego las llaves del panteón, afuera una muchedumbre observaba.

Todo ocurrió el lunes de la semana anterior, en la madrugada, cuando la señora Rebeca, viuda y solitaria, escucho ruidos en su casa. 

Bajó hacia la sala con un viejo revolver, todo estaba oscuro, apunto hacia la puerta y disparó; fuera de la casa cayó un hombre con la nariz destrozada, muerto, era Carlos Centeno Ayala.

un día de estos

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.

la prodigiosa tarde de bartazar

Baltazar, un carpintero del pueblo hizo una jaula muy bella, todo el pueblo comentaba que era la jaula más bella del mundo.

Baltazar se veía desaliñado y sucio puesto que por 15 días había dedicado todo su tiempo y esfuerzo en hacer esa jaula. 

Cuando al fin pudo descansar su esposa Úrsula y el acordaron que la jaula costaría $60.00; Baltazar se vistió y se cortó la barba, entonces el doctor Octavio Giraldo entro a la casa para ver la jaula de la que todos hablaban, quería dársela a su esposa como regalo. 

Cuando la quiso comprar, le dijeron que ya estaba vendida, el hijo de Chepe Montiel la había encargado, el doctor insistió pero no se la vendieron.

Baltazar se dirigió a la casa de José Montiel, lo recibió su esposa, pregunto por Pepe; José Montiel bajo en fachas a recibir a Baltazar y a preguntar lo que pasaba, cuando le explicaron que Pepe había encargado la jaula, el Sr. Montiel llamo a su hijo y lo reprimió por sus actos; le dijo a Baltazar que se llevara la jaula, pues no la quería en la casa.

Pepe al ver lo que pasaba empezó a chillar y gritar. Baltazar entonces le regalo la jaula a pepe y le dijo al Sr. Montiel que de todas maneras para eso la había hecho. 

Al salir de la casa el pueblo estaba emocionado de que Baltazar era el único que le había sacado dinero al viejo Montiel, lo felicitaron y le invitaron unas cervezas, pero al anochecer ya estaba borracho, pues era la primera vez que Baltazar tomaba en si vida. 

Le contaron a Úrsula donde estaba su esposo pero ella no les creyó porque sabía que nunca tomaba. 

En el bar Baltazar había gastado tanto que tuvo que dejar su reloj como garantía, se fue y cuando ya no pudo dar un paso más se quedó dormido en la calle con sus fantasías, le robaron sus zapatos, se dio cuenta pero prefirió seguir soñando.

en este pueblo no hay ladrones

Dámaso y Ana son marido y mujer; ella tiene 6 meses de embarazo y viven en un cuartito.
El 20 de junio de 1962 Dámaso se ausento toda la noche mientras su esposa había estado esperándolo.

Cuando llego, traía una bolsa con 3 bolas de billar que había robado con otros ladrones, Ana se lo imagino pero él terminó por contárselo todo.

Al día siguiente Ana salió a la plaza para “echarse una vueltecita”, pero todo el pueblo sabía que habían entrado a robar en el billar, habían cargado con las bolas de billar y $200.00, la policía pensaba que había sido un forastero.

Ella regreso con su esposo al cuartito, ella le dijo que se habían robado $200.00 y no 25 centavos como él había dicho, Dámaso le volvió a decir lo mismo hasta convencerla. 

Esa noche él fue con sus amigos al cine, ya comenzada la película la policía entró precipitadamente y agarro a un negro monumental pretendiendo que él era el ladrón, Dámaso se alteró pero no dijo nada, terminó de ver la película y regreso al cuartito con Ana, para cuando llego hasta ella sabía lo que había ocurrido, por lo que él enterró las bolas debajo de la cama, fumo unos cigarrillos y se durmió.

A la mañana siguiente Dámaso fue al billar con Don Roque, el propietario y se enteró que Don Roque había ordenado nuevas bolas y que llegarían antes de un mes. 

la mujer que llegaba a las seis

        La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José.
         Acababan de dar las seis y el hombre sabia que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales. Tan conservadora y regular era su clientela, que no había acabado el reloj de dar la sexta campanada cuando una mujer entró, como todos los días a esa hora, y se sentó sin decir nada en la alta silla giratoria. Traía un cigarrillo sin encender, apretado entre los labios.
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la viuda de montiel

La Viuda de Montiel, es
un personaje que proyecta a un mismo tiempo ternura, lástima e indignación,
ignora las verdaderas actividades de su marido, se forma una idea falsa del
esposo y le pide que con sus influencias ayude a que terminen tantas muertes,
ella sufre por los asesinatos pero nunca se imagina que es José Montiel el
culpable, considera a José un ser bondadoso y hasta muestra indignación cuando
todos muestran una falta total de agradecimiento. Ella es la imagen de una
mujer nerviosa, triste y desilusionada, cuando muere José Montiel nadie en el
pueblo muestra dolor, ama tanto a su marido y confía tanto en su bondad que opta
por culpar a Dios de todo lo malo que hay en el mundo, está segura de la
nobleza de su marido y por eso está segura de que nadie lo atacaría, nadie lo
mataría, ___morirá de muerte natural en
su cama____

José Montiel, es verdaderamente un ser hipócrita y traidor a su
pueblo, a sus gentes y a su familia, su aspecto de pobre hombre gordo no
preocupó a la gente el pueblo pero el falsamente amable se convirtió en el
asesino de los pobres a quienes mandó asesinar en la plaza pública, a los ricos
les dio oportunidad de abandonar el pueblo, fingía ayudar a los desterrados
para enriquecerse aún más, gracias a sus trampas se convirtió en el mas
poderoso del pueblo, por todo lo que hizo la gente estaba segura de que moriría
asesinado por el espalda pero su viuda tenía la certeza de que moriría en su
hamaca, tranquilo pero lo único que todos esperaban es que un día alguien los
liberara de su verdugo.



Los hijos egoístas como su padre sólo se ocupan de
su bienestar por eso escriben a su madre diciéndole que no pueden regresar a un
pueblo en donde asesinan por motivos políticos, explicación que la madre acepta
gustosa y actitud que debemos entender como el resultado no de su comprensión o
ingenuidad si no de su tontería e ignorancia.

Este
cuento nos trata el tema de la injusticia social,
des despotismo y de aquellos que por dinero son capaces de efectuar los actos
mas indignos. Al leer cuidadosamente esta obra literaria La Viuda de Montiel
nos damos cuenta de que trata temas de amor, de tradiciones, de religión, de
asuntos políticos y todos amalgamados con un lenguaje sencillo y claro.



La lectura produce una sensación de malestar
por la reprobable conducta de José Montiel y por la falta de inteligencia de
la viuda para intuir la verdadera ocupación de su marido, para afrontar la
soledad y sus problemas, La viuda representa a la mujer sometida al hombre,
sumisión que la nulifica perdiendo su propia personalidad ante el macho.

Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena), el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando Gabriel sólo contaba con cinco años, a la población de Sucre, donde don Gabriel Eligio montó una farmacia y donde tuvieron a la mayoría de sus once hijos.

Los abuelos eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días, le contaba al pequeño Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, se la pasaba siempre contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.

Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba, le daban ganas de besarla: le inculcó el gusto de ir a la escuela, sólo por verla, además de la puntualidad y de escribir una cuartilla sin borrador.